El versero me contó que ella, tan inconfundible en estremecimientos se había vuelto evanescente en un soneto y tres elegías, y ya nada es lo mismo en sus dominios, que las esdrújulas no surten ningún efecto y las parábolas no han regresado.
que las alegorías se han descolorido en un elevado discurrir. que sin adjetivos ha repartido ardientes pedazos de su vida entre noches y días, que los gerundios solo son juegos de palabras para manipular personas.
Me senté un día a escuchar como sus versos de rostro movedizo y afilado derrochan memoria de maravillas e intensidades que yo nunca he visto.
a veces una escribe con letras montadas a caballo de cabellos alegres. manojos de espigas de trigo de hebras relucientes que cantan con angustia a un mundo árido y sordo y se dejan de oír los ruidos de la calle mientras la noche permanece inmóvil embriagada de sonidos lúgubres. pero sólo son reflejos que suelen hundirse en la telaraña ciega de los ojos velados
El versero no es versado en gritos ni en carcajadas, ni en laberintos. Su cara está compuesta de miles de versos y citas, que como infinidad de granos de polvo se desprenden de su rostro y caen, eufóricos, armónicos, pavorosos. Pero la caída no se detiene ahí, porque también esperan toparse con las palabras lascivas, el susurro antológico, el murmullo triste, el llanto inédito.
Extraje unos pocos versos del tintero del versero, los puse en mi pluma, pero para ellos es muy difícil sostenerse ahí en la levedad de la pluma, sino que salen volando y se posan sobre las teclas de mi laptop donde todo es puro, puro silencio excepto por el rumor del tecleo.
- ¿Qué me dices de la magia de tus versos, viejo versero? - Le pregunté –
el viejo se quedo mirando a la nada como sí mirase solo ceros, de pronto se sonrió y me dijo:
- la magia de los versos es el alma del universo, sí podes ver la magia de la nada, entonces alcanzas a mirar el sentido oculto en todas sus intenciones, lo podes ver todo, sin que nadie ni nada te vea a vos –
El versero se fue llevado por el viento del verano entre gorriones y colibríes, iba esparciendo versos sobre un camino sin prisas, con su mano hundiéndose en un sin número de estrofas, reanudando asuetos interrumpidos, porque ya iba siendo hora de volver a la nada
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